16 oct 2019

Diana de Poitiers, el gran amor de Enrique II de Francia



En 1526, dos niños viajaban rumbo a la corte española. El rey Francisco I de Francia había sido capturado en la batalla de Pavía y como condición para su liberación tendría que entregar a sus hijos en calidad de rehenes. Dos niños de ocho y siete años, que no hace mucho habían perdido a su madre. Mientras que la corte enfocaba su atención en el delfín, una hermosa dama de veinticinco años reparó en la angustia del pequeño Enrique. Conmovida, se acercó y le dio un beso en la frente. El recuerdo de aquel beso de despedida acompañaría al niño durante los años de cautiverio. 


¿Quién era aquella mujer que con un simple gesto de cariño dio origen a una gran historia de amor? Nacida en septiembre de 1499, era hija de Jean de Poitiers, señor de Saint-Vallier. Pasó sus primeros años al servicio de Ana, la formidable hija de Luis XI. 

A los quince años fue casada con un hombre 39 años mayor, Luis de Bréze, gran senescal de Normandía, quien, curiosamente, era nieto de Carlos VII y Agnès Sorel, la primera maitresse en titre de la historia. Con Luis tuvo dos hijas, Françoise y Louise. A pesar de la diferencia de edad, tuvieron una relación afectuosa. En 1531, Luis de Bréze murió; Diana no volvería a casarse. A sus treinta años, poseía una belleza exquisita y altas posibilidades de granjearse una segunda unión. Pero la gran senescala de Normandía decidió permanecer viuda; vistió de luto (blanco y negro), añadió la antorcha encendida a su escudo (símbolo de viudez) y dedicó a su marido un espléndido mausoleo en Rouen, obra de Jean Goujon, con la siguiente inscripción:

«Luis de Brézé. Diana de Poitiers mandó construir esta tumba, conmovida por la muerte de su esposo. Fue su inseparable y más fiel esposa en el lecho matrimonial, y por ello aquí será enterrada»


Después de cuatro años y medio de cautiverio en España, los príncipes regresaron a Francia, acompañados por la nueva esposa de su padre, Leonor de Austria, a quien Diana serviría, como anteriormente había hecho con Luisa de Saboya y la reina Claudia. Durante los festejos en honor a la reina Leonor, los príncipes participaron en un torneo. Según la costumbre, los participantes elegían a una dama a la cual rendir homenaje. El delfín escogió a su madrastra, mientras que Enrique, de doce años, eligió a Diana.

Algo interesante en las crónicas respecto a Diana, es que muchos coinciden en que era hermosa, incluso en sus años maduros. ¿Cuál era el secreto de tan célebre belleza? Parece ser que, para la época, Diana estaba muy avanzada en cuanto a higiene y cuidado personal. Era alta, esbelta y con una figura armoniosa que mantuvo hasta sus últimos años. Un contemporáneo suyo relató que la bella viuda bebía oro líquido, leyenda que, en vista de los análisis de sus restos, resulta ahora más cercana a la verdad. Se bañaba todos los días, comía moderadamente y se ejercitaba con regularidad. Cuando montaba a caballo, se ponía una máscara para proteger su rostro de las ramas.

En 1533, Enrique se casó con Catalina de Médici, sobrina del papá Clemente VII. Ambos tenían catorce años. La joven italiana no causaba entusiasmo en Enrique, pero ambos cumplieron con su deber de Estado. En ese entonces, Diana y Enrique todavía no eran amantes, pero ya era evidente la adoración que el joven sentía por ella. Catalina tuvo que sufrir en silencio los afectos que su marido profesaba a esa mujer veinte años mayor que él. 


Enrique II

Hubo cierta rivalidad entre Diana de Poitiers y Ana, duquesa de Étampes, la amante de Francisco I. Eran muy diferentes entre sí. Ana alardeaba de su posición, mientras que Diana prefería ser discreta. Catalina de Médici se vio obligada a ser cortés con ambas favoritas, para así estar en buenos términos con su esposo y su suegro.

En 1536, falleció Francisco, el delfín, con lo cual, Enrique y Catalina se convertían en herederos de la corona a la edad de diecisiete años. Fue en esta época cuando la relación del nuevo delfín y Diana tomó un rumbo diferente, más allá de los límites del amor cortés. Catalina, que sentía afición por la magia y la nigromancia, llegó a creer que Diana mantenía embrujado a su marido. ¿Cómo podía un hombre joven y fogoso desear a una mujer que ya rondaba los cuarenta? Lo cierto es que Diana era más que una cara bonita; tenía una mente cultivada, ingenio y elegancia que fascinaban a más de uno en la corte. 

Aunada a la humillación sufrida por la presencia de Diana, Catalina padecía la angustia de no concebir hijos. Pasaron diez años de matrimonio sin poder lograr un embarazo, por lo que empezó a temer la posibilidad de un repudio. Durante ese tiempo, Enrique tuvo un hijo ilegítimo, quedando claro que el problema de fertilidad no era suyo. Durante este trance, Catalina contó con una inesperada aliada. Diana era consciente de que lo más conveniente para las dos era que se logrará un embarazo. La favorita real no podía arriesgarse a que Catalina fuese repudiada y llegará a ocupar su lugar una consorte menos sumisa. Y tal vez, más joven y bella, que la despojara del amor del delfín. Así pues, Diana alentó a su regio amante para que cumpliera sus obligaciones maritales. Tras diez años de matrimonio y para sorpresa de todos, Catalina dio a luz a su primer hijo, nombrado Francisco en honor al rey.

La situación de Catalina de Médici no mejoró cuando, en 1547, Enrique sucedió a su padre Francisco I en el trono. Incluso en la coronación, Enrique ostentó la media luna plateada, símbolo que Diana había tomado de la virginal diosa de la caza. Con la muerte de Francisco, Diana había ganado la batalla contra la duquesa de Étampes, quien pronto fue expulsada de la corte. Las joyas y propiedades de la antigua favorita pasaron, no a las manos de la nueva reina, sino a las de Diana. Poco después, fue nombrada duquesa de Valentinois y obtuvo el Chenonceau, una exquisita edificación de la que no se pueden perder al visitar los castillos del Loira. La reina tuvo que soportar, además, el hecho de que Diana impusiera modas en la corte. Aparte, se había convertido en consejera real, pues Enrique II consultaba sus asuntos con ella. Catalina solamente pudo competir con Diana en el terreno político, ya que, cuando el rey partió a la guerra, Catalina ejerció como regente, demostrando astucia y capacidad para gobernar. La influencia de Diana perduró hasta que, en 1559, el rey Enrique falleció en un accidente de justa. Esta vez, la reina Catalina había ganado la batalla. Se dice que, a sus sesenta años, Diana se mantenía tan radiante como cuando inició sus amores con el rey.



Fuente:
Conquero, D. (2018). Amores contra el tiempo. 1st ed. [ebook] Barcelona: Planeta, pp.17-42. Available at: https://www.planetadelibros.com [Accessed 15 Oct. 2019].

1 comentario:

  1. Leí una novela basada en la vida de Catalina de Médicis y parecía que realmente sufría porque amaba al Rey, esa historia dice que se vengaría de ella a la muerte del rey, despojandola de todo . El rey entiendo que permaneció siempre fiel a Diana.
    Difícil ponerse en el lugar de alguna de las dos.
    Saludos.

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