22 feb 2021

Mitos medievales: ¿Iglesia vs Ciencia?

La creencia popular es que la religión ha frenado el progreso científico. La Edad Media es vista como una época de oscurantismo y estancamiento. Y la culpa suele ser atribuida a la Iglesia Católica, ¿qué tan cierto es? 

John Heilbron empieza su libro "The Sun in the Church" con las siguientes palabras

"The Roman Catholic Church gave more financial and social support to the study of astronomy for over six centuries, from the recovery of ancient learning during the late Middle Ages into the Enlightenment, than any other, and probably all, other institutions" (La Iglesia Católica Romana brindó más apoyo financiero y social al estudio de la astronomía durante más de seis siglos, desde la recuperación del saber antiguo durante la Baja Edad Media hasta la Ilustración, que cualquier otra, y probablemente todas las demás instituciones).

 

Alta Edad Media

Después de la caída del Imperio Romano de Occidente, vino un período de desintegración política, agitación social y declive intelectual conocido como Alta Edad Media (500-1000). No cabe duda que hubo un retroceso cultural, pero ¿fue culpa de la Iglesia? Hay que recordar que toda una civilización en Occidente había colapsado. Había invasiones bárbaras, guerras y pobreza. La baja actividad científica en esta época estuvo relacionada con el caos que siguió a la caída de Roma, no con la represión de la Iglesia. El historiador agnóstico Will Durant no solo afirma que la Iglesia no tuvo la culpa, sino que hizo todo lo posible por mantener cierto orden.

La Alta Edad Media contribuyó a un aspecto importante de toda tradición científica: la preservación y transmisión del conocimiento acumulado. Los monasterios jugaron un papel crucial en este proceso. Las ciencias naturales no eran su principal interés; no obstante, ningún otro elemento de la sociedad medieval europea contribuyó más que la Iglesia a la preservación del conocimiento científico durante esta etapa intelectualmente precaria.


En este periodo, destacan eruditos como Casiodoro (485-580), fundador del monasterio de Vivarium. Escribió Institutiones, con una primera parte dedicada a las Escrituras y la segunda a las artes liberales, como la astronomía o las matemáticas; Isidoro (556-636), arzobispo de Sevilla. Su obra Etimologías fue un intento de reunir todo el conocimiento medieval, derivado del saber clásico; recopila temas de teología, derecho, medicina e historia. Este libro logró una extraordinaria difusión por toda Europa; y Beda (673-735) Monje benedictino, originario de Northumbria. Escribió obras como De natura rerum o De temporum ratione, en la que registra el efecto de la Luna en las mareas.


Renacimiento carolingio

Se le denomina así al periodo comprendido entre finales del siglo VIII y principios del IX. Constituye, según palabras de Pierre Riché, "el primer gran florecimiento de la cultura europea". A medida que aumentaba el control de Carlomagno sobre los territorios, también lo hicieron sus esfuerzos por difundir la educación.

Carlomagno patrocinó fundaciones religiosas, donde los escribas copiaban manuscritos usando una escritura más legible; la escritura que desarrollaron se denomina minúscula carolingia. Muchos textos clásicos sobrevivieron gracias a las copias carolingias. También procuro que el clero tuviera una educación adecuada, estandarizó la liturgia y los rituales. Esta labor fue encomendada a Alcuino de York, abad benedictino. Conoció a Carlomagno en 781, en Italia, y aceptó su invitación para hacerse cargo de la Escuela Palatina fundada por el rey en su capital, Aquisgrán. Alcuino sistematizó el plan de estudios y alentó el estudio de las artes liberales. Los estándares escolares de la Escuela Palatina eran tan altos que otras escuelas monásticas y catedrales se inspiraron para emularlos.


Renacimiento en el siglo XII

Entre el siglo XI y XII, Europa experimenta una renovación política, social y económica. Ahora las escuelas contaban con planes de estudios más amplios, que incluían el estudio de los clásicos latinos y griegos, disponibles desde la Alta Edad Media, aunque poco estudiados en ese entonces. Los fenómenos naturales debían explicarse exclusivamente en términos naturalistas, pero esto no era resultado de un escepticismo sobre el origen divino del universo, sino una creciente convicción de que la investigación de las causas secundarias establecidas por el Creador era un medio legítimo para estudiar la filosofía natural.

En el Tercer Concilio de Letrán, en 1179, se estableció: "...para que la oportunidad de aprender a leer y progresar en el estudio no se retire a los niños pobres que no pueden ser ayudados por el apoyo de sus padres, en cada iglesia catedralicia se le debe asignar a un maestro algún beneficio adecuado para que pueda enseñar a los clérigos de esa iglesia y a los pobres eruditos" (canon 18).

Las universidades surgidas en el siglo XII, en Europa, son predecesoras de la universidad moderna, la cual hereda de la universidad medieval no solo la denominación, sino también su estructura organizativa, sistema académico, libertad académica y docencia. Nuestras universidades persiguen la internacionalidad, tal como lo hacía la universidad medieval. Estas universidades evolucionaron a partir de escuelas catedralicias y monásticas más antiguas, y es difícil determinar cuándo se convirtieron en verdaderas universidades.

Hay personas que rechazan lo anterior bajo el argumento de que en la antigüedad hubo instituciones de educación superior, por ejemplo, la Academia de Platón. De hecho, las escuelas griegas son las que más se asemejan a la universidad medieval; sin embargo, nunca lograron la forma corporativa que dio permanencia a la universidad. Las escuelas confucianas de la China Imperial, la Gurukula de la India, la Madrasa del Islam, las escuelas de los templos aztecas e incas, las escuelas japonesas del periodo Tokugawa y las escuelas monásticas (antes del siglo XII) daban poco espacio para cuestionamientos o análisis. Ciertamente, todas las civilizaciones han necesitado educación superior para capacitar a sus gobernantes, sacerdotes o militares, pero solo en la Europa medieval surgió una institución reconocible como universidad, una escuela de educación superior caracterizada por su autonomía corporativa y libertad académica.

Esta institución surgió antes de 1200 en ciudades como Bolonia, París y Oxford. En 1500, unas sesenta universidades estaban esparcidas por toda Europa. Aproximadamente el 30% del plan de estudios de una universidad medieval cubría materias relacionadas con el mundo natural. La ciencia y medicina greco-árabe encontraron por primera vez un hogar permanente en esta institución. Es difícil creer que la Iglesia medieval toleraría y apoyaría la universidad, si realmente había intención de suprimir la ciencia. La teología cristiana resultó adecuada para fomentar el estudio del mundo natural, considerado creación de Dios. 

Los Papas intervinieron en nombre de la universidad en numerosas ocasiones. Honorio III (1216-1227) se puso del lado de los eruditos de Bolonia en 1220, cuando sus libertades fueron violadas. En 1231, cuando los funcionarios diocesanos locales invadieron la autonomía institucional de la universidad, el Papa Gregorio IX emitió una bula que concedía a la Universidad de París el derecho al autogobierno. En varias ocasiones, el pontífice obligó a las autoridades universitarias a pagar los sueldos de los profesores (tenemos los ejemplos de Bonifacio VIII, Clemente V, Clemente VI y Gregorio IX).

Tampoco es verdad que la mayoría de los estudiantes eran monjes que dedicaban la mayor parte del tiempo al estudio de la teología. Al contrario, la mayoría no cumplía con los requisitos para estudiar teología. Pocas universidades contaban con facultad de teología en el siglo XIII. La noción de la teología como reina de las ciencias se remonta a Aristóteles, quien quiso decir que la metafísica o la teología eran ramas de la filosofía más fundamentales que las matemáticas o la filosofía natural. Su estatus científico era discutido por los mismos teólogos. Por ejemplo, Tomás de Aquino creía que la teología era una ciencia. William de Ockham, un influyente franciscano, no estaba de acuerdo.


Condenas de 1277, ¿tuvieron un efecto positivo?

La recepción del aristotelismo en las universidades no estuvo exento de problemas. Las condenas de 1277 por el obispo Étienne Tempier destacaban ciertos puntos de tensión entre la filosofía aristotélica y las creencias cristianas. El Papa no jugó ningún papel en las condenas; simplemente solicitó una investigación sobre las causas de aquella confusión intelectual. Incluso se podría decir que hubo una aprobación papal poco entusiasta. 

Pierre Duhem afirma: "Si tuviéramos que asignar una fecha al nacimiento de la ciencia moderna, sin duda elegiríamos el año 1277, cuando el obispo de París proclamó solemnemente que podían existir varios mundos, y que el conjunto de las esferas celestes podría, sin contradicción, estar animada por un movimiento rectilíneo" (pág. 412). Aunque esta afirmación podría considerarse extrema, como señala el autor Edward Grant. Woods afirma que, aunque los estudiosos han discrepado sobre la influencia relativa de las condenas, "todos coinciden en que obligaron a los pensadores a emanciparse de las restricciones de la ciencia aristotélica y a considerar posibilidades que el gran filósofo nunca imaginó". Estas condenas pudieron haber tenido éxito, de no ser por la cristianización de Aristóteles ofrecida por Tomás de Aquino.


Atención médica

Los hospicios, inicialmente construidos para albergar a peregrinos y mensajeros, se convirtieron en hospitales en el sentido moderno de la palabra. Entre los siglos VI y X, bajo la influencia de la Orden Benedictina, la enfermería se convirtió en una parte establecida de cada monasterio. Inicialmente diseñada para el cuidado de los monjes, con el tiempo acogieron a pacientes civiles. 


Durante la Baja Edad Media, las enfermerías monásticas continuaron expandiéndose, pero también se abrieron hospitales públicos, financiados por las autoridades de la ciudad, la iglesia y fuentes privadas. Los monasterios desempeñaron un papel vital en la promoción de la atención médica y el desarrollo de hospitales.


¿Y qué hay de la disección humana?

Uno de los mitos más frecuentes es que la Iglesia medieval se opuso a la disección humana. La mayoría de las culturas despreciaban esta actividad, por lo cual es sorprendente que la Iglesia sí permitiera las disecciones. La bula papal De Sepulturis (aproximadamente en 1299) a menudo es citada como evidencia, ya que prohíbe la ebullición de cuerpos. Esta práctica se volvió común durante las cruzadas, cuando los muertos en campaña querían ser enterrados en su tierra. La ebullición separaba la carne de los huesos y de esta manera era más fácil trasladar los restos. La bula también tenía el objetivo de prohibir el comercio de huesos de soldados. 

En 1231, el emperador Federico II decretó que un cuerpo humano debía ser disecado al menos una vez cada cinco años; la asistencia era obligatoria para todos los que iban a practicar medicina o cirugía. A finales del siglo XIII, la universidad de Bolonia emergió como la institución más popular de Europa para el aprendizaje de la medicina. Su estatus se reforzó aún más cuando el Papa Nicolás II le concedió una bula en 1292, mediante la cual todos los graduados en medicina podían enseñar en todo el mundo.


¿Cuándo y cómo surge este mito?

La denigración de la Edad Media comienza a partir del siglo XVI, cuando los humanistas se acercaron a la literatura griega y romana. Las críticas contra este periodo fueron retomadas por ingleses como Bacon (1561-1626) o Hobbes (1588-1679), autores protestantes que se negaban a dar el más mínimo crédito a los católicos. Les resultaba más conveniente afirmar que nada de valor se había enseñado en las universidades antes de la Reforma. Sin embargo, es erróneo afirmar que no había ciencia ante del Renacimiento (este es tema para otra publicación). Aunque intelectuales protestantes como John William Draper y Andrew Dickson White se empeñaban en señalar al catolicismo como primera fuente del conflicto entre ciencia y religión, no hay indicios de tal conflicto antes del asunto de Galileo (e incluso este caso merece una exhaustiva investigación).

En conclusión, no había una guerra entre la ciencia y la Iglesia medieval. La relación entre ambas fue compleja, alternando entre la colaboración y el desacuerdo. No se puede negar que había límites teológicos que los eruditos debían abordar con cuidado. Pero rara vez experimentaron el poder coercitivo de la Iglesia y a menudo encontraron apoyo y mecenazgo en esta. La idea de que el catolicismo medieval reprimió la ciencia resulta casi ridícula cuando se toma en cuenta la gran cantidad de clérigos involucrados en el estudio de las ciencias.



Fuentes:

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