12 feb 2020

Amor cortés

La expresión "amor cortés" aparece por primera vez en 1883, en un artículo de Gaston Paris sobre El Caballero de la carreta, novela de Chrétien de Troyes que describe el amor que experimenta Lanzarote por Ginebra, esposa del rey Arturo. El vínculo que unía a Lanzarote con su amada le impulsó a llevar a cabo asombrosas proezas y a aceptar una obediencia sin límites a las órdenes de su dama (Jacques Le Goff, 2003, pág. 23). En la Francia del siglo XII aparece un modelo de relaciones entre hombre y mujer que los contemporáneos denominaron fine amour, amor sublime. Una forma de conjunción sentimental y corporal entre dos individuos de sexo diferente llamada "amor cortés". (Duby and Perrot, 2000, pág. 319)

La "cortesía" es el ideal de comportamiento aristocrático, un arte de vivir que implica lo que suele entenderse por buenas costumbres, maneras refinadas, elegancia, pero también, mucho más allá de cualquiera de estas cualidades puramente sociales, un sentido del honor caballeresco. (Jacques Le Goff, pág. 24

Miniatura de un manuscrito de trovas alemanas, siglo XIV. Biblioteca de Heidelberg

El modelo era simple. Un personaje femenino figuraba como personaje central, una "dama". El término, derivado del latín domina, significa que esta mujer ocupa una posición dominante y está casada. Es percibida por un hombre, un "joven" (en aquella época, el significado preciso de esta palabra era el de "célibe"). Lo que éste ve de su rostro, lo que adivina de su cabellera, oculta por el velo, y de su cuerpo, oculto por la vestimenta, lo turban. Todo comienza con una mirada furtiva. La metáfora es la de una flecha que penetra por los ojos, se hunde hasta el corazón, lo abrasa, le lleva el fuego del deseo. La dama, a menudo esposa de su propio señor, está por encima de él, quien enfatiza la situación con sus gestos de vasallaje. (Duby and Perrot, pág 319)

De acuerdo con Eileen Power, "la dama de las clases altas tenía importancia en más de un aspecto en el mundo medieval. Para la caballería era el objeto de adoración, la fuente de todo romance y el objeto de todo culto, que sólo debía ordenar para ser obedecida de inmediato y para quien se llevaban a cabo todos los actos de valor. En lo relativo a la ley y al edificio de la sociedad feudal, su importancia primordial era su calidad de terrateniente. En cuanto a la familia importaba como esposa y madre, ejerciendo gran autoridad de tipo práctico, no sólo en la esfera propia del hogar sino en una esfera mucho mayor como representante del marido durante su ausencia". (Ardesi de Tarantuviez, 2012, pág. 23)
El requerimiento amoroso debía ir siempre ligado a la valía personal. En el norte de Francia, de acuerdo con el tema novelesco de la realización personal, el hombre debía, además de ensalzar a su amada, mostrarse como un caballero ejemplar en los torneos y combates. El término provesse, en lengua oïl, se refiere frecuentemente a las virtudes militares, mientras que proeza, en lengua de oc, designa al conjunto de cualidades que adornan al "fino amante". (Jacques Le Goff, pág. 24)

God Speed (1900), Edmund Leighton

A partir del momento en el que el varón hace entrega de sí mismo, deja de ser libre. La mujer sí lo es de aceptar o rechazar la ofrenda. Sin embargo, si la dama acepta, si se deja envolver por las palabras, también ella queda prisionera. Las reglas del amor cortés obligan a la elegida, como precio de un servicio leal, a entregarse finalmente por entero. En su intención, el amor cortés no era platónico. Era un juego, cuya atracción residía en el peligro al que se exponían los compañeros. Aun cuando, como en el ajedrez, es la dama una pieza mayor, no puede, precisamente por ser mujer, disponer libremente de su cuerpo. (Duby and Perrot, pág 320)

Sin embargo, el código amoroso imponía una minuciosa dosificación de tales favores y entonces la mujer volvía a coger la iniciativa. Se entregaba, pero por etapas. El ritual prescribía que ella aceptara primero que se la abrazara, ofreciera luego sus labios, se abandonara después a ternuras cada vez más osadas, cuyo efecto era exacerbar el deseo del otro. Uno de los temas de la lírica cortés describe lo que hubiera podido ser el "ensayo" por excelencia, el assaig, como dicen los trovadores, experiencia decisiva a la que el amante soñaba con ser finalmente sometido y cuya imagen lo obsesionaba, le paralizaba la respiración. Se veía acostado, desnudo, junto a la dama desnuda, autorizado a aprovechar esa proximidad carnal. Pero sólo hasta cierto punto, pues en última instancia la regla del juego le imponía contenerse, no apartarse, si quería mostrar su valor, de un pleno dominio del cuerpo. El amor cortés concedía a la mujer un poder indudable. Pero mantenía ese poder confinado en el interior de un cuerpo bien definido, el de lo imaginario y el del juego. (Duby and Perrot, pág 321)

Este modelo de comportamiento se conoce gracias a los poemas elaborados para diversión de los cortesanos. Los más antiguos, al parecer, son once canciones que los manuscritos tardíos atribuyen a Guillermo de Poitiers, noveno duque de Aquitania. Este personaje era famoso en su época por su tendencia a la broma de tono subido. (Duby and Perrot, pág 321)

Lancelot y Ginebra en la ilustración de Henry Justice Ford para Los cuentos de la mesa redonda de Andrew Lang (1908)

En la corte de María de Champaña, hija de Luis VII de Francia y Leonor de Aquitania, surge el Tratado sobre el amor de Andrés el Capellán. El mismo entorno, bajo el mecenazgo de la condesa de Champaña, en el que surgió el Caballero de la carreta. Esta novela se dedica a relatar las etapas de la devoción creciente del culto de Lanzarote por su dama. Muy distinta al Tratado de Andrés el Capellán, que enuncia las reglas del amor, aunque, finalmente, disuade de seguir los caminos del amor cortés, pues destruye la moral cristiana. (Jacques Le Goff, pág. 26)

¿Por qué fue bien acogido? 
En esta sociedad, los hombres se dividían en dos clases: por un lado, los trabajadores, campesinos en su mayor parte, que vivían en la aldea, los "villanos"; por otro lado, los señores, que se mantenían de los frutos del trabajo popular. Efectivamente, la corte fue el lugar donde tomó forma el juego del fine amour. Entregándose a este amor cortés, esforzándose por tratar por tratar con más refinamiento a las mujeres, demostrando su habilidad para capturarlas, no por la fuerza, sino por las caricias verbales o manuales, el hombre pretendía demostrar que pertenecía al mundo de los privilegiados. De esta manera marcaba sus distancias respecto al villano, sin recursos, relegado a las tinieblas de la incultura y de la bestialidad. La práctica del amor cortés fue, ante todo, un criterio de distinción en la sociedad masculina. He aquí lo que conferirá tanta fuerza al modelo propuesto por los poetas y lo que impuso al extremo de llegar a modificar en la corriente misma de la vida la actitud de ciertos hombres respecto a las mujeres. Al menos respecto de ciertas mujeres, pues la división que separa a los hombres en dos clases se repetía en la sociedad femenina. Por un lado estaba la masa de las villanas —a las que el "cortés" estaba autorizado a acosar a su antojo y hacer con ellas su brutal voluntad—, y por otro lado estaban las damas y doncellas. No obstante, Guillermo de Poitiers no habla de amor cortés, sino de "amor de caballero", lo que designa con mayor precisión a los varones de la corte invitados a servir a las damas. (Duby and Perrot, pág 326)

Miniatura del matrimonio de Enrique V de Inglaterra y Catalina de Valois

Para comprender por qué en el siglo XII la aristocracia feudal adoptó las reglas del amor cortés, vale la pena considerar las prácticas matrimoniales que prevalecían en dicho medio social, constituido por herederos cuyos privilegios se transmitían de generación en generación. En consecuencia, toda su ordenación se fundaba en el matrimonio. Por tal motivo, el matrimonio era una cosa muy seria que había que controlar severamente. Era conveniente que la unión de los esposos se apoyara en el acuerdo de los sentimientos. Pero, en este aspecto, los clérigos hablaban de afecto, no de amor, es decir, la búsqueda apasionada del placer que conducía naturalmente al desorden. (Duby and Perrot, pág 328)

Los matrimonios eran el resultado de largas negociones, sin más preocupaciones que los intereses de la familia. E incluso para el hombre joven, la niña que se le adjudicaba para que llevara a su lecho, a la que a veces jamás había visto siquiera y que a menudo era de edad demasiado tierna, solo representaba la ocasión de salir, a través del matrimonio, de su condición dependiente. (Duby and Perrot, pág 329)

El amor cortés contribuyó al afianzamiento del orden al inculcar una moral fundada en dos virtudes, la mesura y la amistad. Ejercicio de dominio, invitaba al caballero a dominarse a sí mismo, a contenerse, a la "continencia", a controlar sus pasiones, y las más turbulentas, las caldeadas por las pulsiones de la carne. Al prohibir la captura brutal, sustituyendo la violación, el rapto, con las etapas medidas del cortejo, su ritual instauraba una manera "honesta" de conquistar a las mujeres de la buena sociedad. (Duby and Perrot, pág 332)



Bibliografía 
Duby, G. and Perrot, M. (2000). Historia de las mujeres en Occidente: la Edad Media. Madrid: Taurus; Santillana, pp.319-339.

Le Goff, J. (2003), Diccionario razonado del Occidente medieval. [Libro electrónico] Tres Cantos, España: Ediciones AKAL.  Consulta el 10 de febrero de 2020 en https://books.google.com.mx/books?id=LHWMKZUpgPAC&lpg=PP1&pg=PP1#v=onepage&q&f=false


Ardesi de Tarantuviez, B. (2012). La mujer y el poder político: Leonor de aquitania (siglo XII). Revista Melibea, 6, 17–36. Consulta el 9 de febrero de 2020 en  https://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/8936/04-tarantuviez.pdf


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